lunes, 25 de agosto de 2008

Feria del Libro en Los Toldos

Lugar de la Feria del Libro en Los Toldos:
Centro Cívico y Cultural, San Martín 108, Los Toldos.

Confirmado Apertura viernes 29 de agosto de 2008 y Cierre el sábado 30 de agosto.

Apertura: Viernes 29 de agosto por la mañana 10 hs.

Horarios: Viernes 29 de 10 a 12 y de 14 a 20 horas
Sábado de 15 a 21 horas

Entrada libre y gratuita

miércoles, 20 de agosto de 2008

RECUPERACION


Cuento publicado en "5 años de Poesía - Música - Arte" Ediciones de las tres lagunas. Segundo premio en cuento del Certamen literario regional.


RECUPERACIÓN
Por Silvia Graciela Oliverio


Inmensa la noche, desplegaba centelleantes manojos de estrellas. Sin ti, en la Radio Nacional, el concierto era maravilloso. Imprescindible es la distancia para meditar y entender. Creo que lograré olvidarte. No pude reprocharte nada, la culpa, fue de esa lluvia torrencial del mediodía. Las casualidades siempre necesitan un culpable.
Pocos vehículos interfiriendo el equilibrio suave de mi viaje. Supongo que la música puede hacer milagros. Mi pie izquierdo, el que no usaba para acelerar, llevaba el compás del piano y mis hombros acompañaban el violín. Me sentía como en una nube, evadiéndome de todo. Un recreo de la vida. Lamentaba no poder cerrar los ojos, para que los breves silencios de la orquesta fueran perfectos. Hubiese disfrutado esos instantes, para luego levantar los párpados y seguir descubriendo señuelos luminosos en el cielo. Quizás, nunca te volveré a ver. Prefiriendo corcheas y claves de sol a la falacia de tu encanto, seguía mi viaje. Tal vez, jamás te encuentre. Ojalá.
Repentinamente el volante comenzó a vibrar en mis manos. Maniobré la camioneta hacia la banquina, apagué el motor y bajé del vehiculo. Hacía frío y descubrí el neumático desinflado. –Nada me detendrá- pensé –. Yo puedo. Puedo cambiar una rueda, puedo prescindir de ti.
Los únicos acordes musicales que siguieron, eran los sonidos del campo, un murmullo inquietante. El cielo comenzó a esconder sus estrellas. Encendí las balizas, abrí el capot y aunque la linterna no tenía pilas, encontré la llave cruz. La caja que contenía el críquet hidráulico era un misterio para armar. Logré descifrar el rompecabezas, y traer a la memoria como trabajan en las gomerías. Las tuercas parecían inamovibles, luego poco a poco fueron aflojando. Mis zapatillas estaban embarradas y sentía la humedad en las medias. Un estornudo, preludio de un resfrío. Otra culpa para la lluvia del mediodía.
Cambié la rueda y aunque esas nubes flacas que taparon la luna comenzaron a gotear una llovizna, ajusté las tuercas con alegría, ya faltaba poco.
Mis ojos se habían acostumbrado a la penumbra de la noche. Guardé las herramientas y la rueda averiada. Un zapateo para sacudir el barro y a continuar el viaje. Enciendo el motor y el jazz inunda mis sentidos. En mi temporaria ausencia, había cambiado el programa de la radio. Es mejor que estés lejos de mí. Yo puedo seguir sola. Quiero ser libre. Libre de ti.
El limpiaparabrisas quitaba la llovizna. No se veían estrellas y la luna era un tenue resplandor detrás de la bruma. Embrague, primera y acelerador. La camioneta patinó. No avanzaba. Descendí para comprobar las ruedas encajadas en el barro. El motor bramando sin poder mover el vehículo. Tercera culpa para esa lluvia que aparentaba inocencia.
Luego de la primera sensación de desamparo, recordé que la póliza de seguros tenía asistencia al viajero. Marqué en el celular el número de emergencias. Prometieron enviarme la grúa en dos horas. Me invadió un cansancio repentino. Anclada en el barro, humedecida y con frío, me di cuenta que nada es peor que la soledad reciente.
El café y el azúcar, asomaban de la canasta de mimbre, pero la botella de agua estaba vacía. Quedaban dos alternativas, juntar agua de la llovizna o utilizar el bidón de agua destilada. Dada la urgencia por mi café, no quería esperar la lenta recolección de las gotas que quisieran depositarse en la pava, así que elegí la última opción. Por suerte el calentador funcionaba. El agua hirviendo empañó los vidrios, la volqué en la taza y revolví la infusión con un destornillador. Aunque agregué mas azúcar el sabor era amargo, raro…
Me quité las zapatillas, las medias empapadas. Indudablemente sucedía algo extraño, reinaba una oscuridad pavorosa, a excepción de ese polvo de brillantina que se empezó a acumular por todos lados. Algunas pizcas de luz lograban una refracción infinita en los pequeños cristales flotando. Ya no pasaban otros vehículos, solamente se escuchaba el golpeteo del agua.
Levanté la vista y te descubrí por el espejo retrovisor, estabas observándome desde el asiento trasero. Me pregunté de tu extraña aparición, estaba segura de haber trabado todas las puertas. Cuando ya había descartado cualquier posibilidad de reencuentro volviste. Estabas distinto, un brillo inexplicable en la mirada… Como antes, como cuando te conocí, con una sonrisa, sin palabras. Quité la vista del espejo y giré mi cuerpo. Continuabas allí.
Las yemas de mis dedos acariciaron tu piel, apenas rozaron la primera peca, una chispa liberó una luciérnaga que remontó vuelo, encendiendo una estrella. Probé con otra y pasó lo mismo. Me mirabas, como si no te sorprendiera el juego. Poco a poco, las estrellas vuelven a prenderse del terciopelo negro de la noche. Una a una, desparecen tus pecas. Tus 24000 pecas. Más de una vez las conté.
Me despertaron algunos golpes en la ventanilla.
- Grúa de la compañía de seguros – dijo una voz masculina.
- Buenas noches – respondí soñolienta y confundida.
- Buenas noches, señora - me contestó el hombre, mientras enganchaba un cable de acero en el paragolpes de mi camioneta.
El señor se ofreció verificar el estado de la rueda que yo había instalado, acepte de buen gusto, algunas dudas de mecánica novata me quedaban aún. Bajó sus propias herramientas y retocó las tuercas. En pocos minutos salimos del lodo. Fue un alivio.
- Puede continuar el viaje. Firme aquí – Me dijo en su rutina, exhibiendo un informe de auxilio. El hombre se despidió con la mano en alto, cuando vio que la camioneta se deslizaba por la ruta.
En la radio pasaban música de películas, me había perdido el final de la audición de jazz. La tormenta andariega se había retirado a otros mundos. El cielo era un brillo resplandeciente y la luna un redondel de esperanzas. Un triángulo de 24.000 estrellas, era la nueva constelación que descubrí. El tema “Se” de la película Cinema Paradiso fue el marco musical de mi duda, y casi mi deseo: ¿Te volveré a ver?

Sahumerio


Poesía publicada en:
NUEVA POESÍA HISPANOAMERICANA. 4ª Edición. Lord Byron Ediciones. COMPILADOR: Leo Zelada. Lima. Perú.
Sahumerio

Estrujan mis manos
Flores de lavanda
y el néctar perfumado
juega con mi cuerpo.

La humedad de tus ojos
empuja el cristalino
estallando en las pupilas.

Tu iris es un mar de olas.

En un instante mágico
Las olas son llamaradas.
El mar es fuego.

Tu mirada
penetra el aire
en transparencias de sol

Fin del juego.

Dos chispas invisibles
me abrazan y me encienden
repentinamente,
soy un sahumerio

TRES CENTIMETROS PUEDEN CAMBIARTE LA MAÑANA




Cuento publicado en "Homenaje a Antonio Magliano", Ediciones de las tres lagunas.

TRES CENTIMETROS PUEDEN CAMBIARTE LA MAÑANA
Por Silvia Graciela Oliverio

La mañana estaba fresca, la ruta despejada y el camión frigorífico avanzaba en su rutina. Una luz pálida iluminaba la vida, mientras el sol intentaba asomar perezoso. La cinta gris oscura del asfalto, se desprendía dividida simétricamente en dos por las marcas blancas, y en los cruces y curvas, quitaba un poco la monotonía un amarillo bien subido de tono. Los montes, los sembrados, las vacas pastando, pocos vehículos que transitaban anónimamente. Lo de todos los días. Antonio y el recorrido, el dinero, las deudas, el vencimiento de la patente, de la cuota del camión, de la luz, del gas y la moratoria de ingresos brutos, el zumbido del motor, el viento, la cercanía del cumpleaños cuarenta y ocho... Cuarenta y ocho... Cuarenta y ocho...
- ¿Cómo vengo a cumplir cuarenta y ocho?- pensó – sí, el martes. Y siguió pensando: Cuarenta y ocho... Escucho una vibración nueva, parece que viene desde una rueda delantera... ¿Será un rodamiento gastado? ... espero que aguante sin romperse nada. -
Encendió la radio, repentinamente había empezado a extrañar a su ayudante y sus cumbias insoportables... Buscó en el dial una emisora cualquiera, alguien cantaba una canción romántica conocida, en otro idioma. Pero ese día, era de meditación incontrolable:

- Al menos con Roberto mientras viajamos, conversamos de cualquier tema intrascendente, y no me deja concentrar en los problemas... tan rápido... tan sin darme cuenta... Cuarenta y ocho... y volver a empezar... Cuarenta y ocho... y nada nuevo que sea lindo... y tener que pensar otra vez en una casa, para dejar de alquilar... Cuarenta y ocho, y ¿porque todo me salen mal?... Y que pasará con el dólar, a las seis reunión de padres en la escuela por el viaje de egresados de Yanina, no me tengo que olvidar, sino, a escuchar las quejas de mi ex, se pone histérica la flaca, como siempre. Lamparitas, tengo que comprar lamparitas para el faro de posición... y un fusible de 10... ah... y también las pastillas para la presión. Que rápido pasan los años... Fue ayer nomás que nació Yanina... y ya termina la secundaria. ¿Qué teléfono tiene el abogado del divorcio? ¡Que bronca sin los anteojos no leo la tarjeta! – Los pensamientos venían solos, sin que nadie los llamara.
Antonio con dolor de espaldas, el frío que entraba por los ventanillas, en la radio el flash de las noticias, y después el tango “Naranjo en flor”.
El cartel de Los Huesos 2 kilómetros, lo hizo disminuir la marcha, bajó los cambios, y giró en la rotonda del acceso. El pueblo aún estaba dormido, las calles vacías, sólo se veía mucha luz en la cuadra de la panadería. Detuvo el motor en la carnicería y descendió con el talonario de facturas “A” en la mano. El portillo aún estaba cerrado con la traba, la deslizó y pasó al patio de tierra barrida. En pocos pasos estaba en la puerta del local, entró y esperó unos instantes. Demasiado silencio.
- ¡Marina! –llamó a la dueña-
- ¡Buenos días Antonio! ¡En unos minutos estoy! ... Baje la carne nomás... Ya le pago. - Contestó ella.
- Disculpe, que vine mas temprano, hoy estoy sin ayudante...
- No hay problema, enseguida estoy...
Intuitivamente, siguió la voz con la mirada, hasta que descubrió los vapores de agua que provenían de la puerta corrediza del baño, por supuesto, como la mayoría falseada y tres centímetros entreabierta. Desde el piso hasta el marco, tres centímetros se desplegaban en ese instante, sólo para él. La imaginó desnuda bajo la ducha, su figura recortada a través de la cortina de plástico. El agua que caía sobre sus hombros, que mojaba sus cabellos, la espuma del jabón recorriendo su cuerpo. Dejó el talonario en el mostrador, fue hasta el camión, cargó media res en sus hombros, caminó lentamente, volvió a entrar a la carnicería, pasó detrás del mostrador, y descargó sobre la mesa de la trastienda. Volvió a mirar su descubrimiento, desde los tres centímetros ya no salían vapores. Se está secando, pensó. La tentación insistía con él, vio una toalla celeste, un brazo, tal vez una parte de su espalda, la luz de la claraboya lo confundía un poco, una prenda negra que giró por el aire, es un corpiño... Ojalá que nadie arreglara la puerta... Sintió el soplido de un aerosol y un perfume floral se desparramó por el ambiente. Cuando escuchó que la puerta se abría, desvió la vista hacia la ventana, mientras se calzaba los anteojos para ver de cerca. Ella apareció espléndida, pero apurada, cuando llegó al mostrador, él, confeccionaba la factura “A”, multiplicaba con una calculadora de teclas grandes, los kilos por el precio, le agregaba el IVA, y sumaba el total, volvió a mirar el resultado en el visor, lo escribió en el papel y se quitó los anteojos, mientras ella, descolgó el delantal, de un almidonado blanco impecable, lo pasó por la cabeza, lo ató a la cintura, miró la factura y le pagó con el dinero exacto.
- Hasta mañana, lindo día- dijo él.
- Hasta mañana, parece que si- le contestó ella.
Él volvió al camión, dejó el talonario y los anteojos en el asiento del acompañante y prosiguió la marcha. La mañana seguía fresca, pero ya el sol iluminaba resplandeciente, la ruta despejada y el camión frigorífico avanzaba. La cinta gris oscura del asfalto, se desprendía dividida simétricamente en dos por las marcas blancas, y en los cruces y curvas, quitaba un poco la monotonía un amarillo bien subido de tono. Los montes, los sembrados, las vacas pastando, pocos vehículos que transitaban anónimamente. El vapor de agua, los tres centímetros abiertos a la fantasía. La melodía de la radio, The Beatles, y “déjalo ser”. El agua tibia cayendo sobre los hombros, la espuma del jabón, el resplandor de la llama roja de la estufa a kerosene, el perfume floral, la luz de la claraboya, la toalla celeste, la piel suave, los cabellos mojados, su voz, el corpiño negro, el delantal ciñendo su cintura, sus manos pagándole el importe exacto.
- ¡Cuarenta y ocho y me siento espléndido! – Antonio lo dijo en voz alta, mientras sonreía. Nadie lo escuchó.

martes, 19 de agosto de 2008

EL BRILLO


Cuento publicado en "Homenaje al Dr. Haroldo Andrés Coliqueo", ediciones de las tres lagunas.

“Nada es real”. John Lennon
EL BRILLO

Por Silvia Graciela Oliverio
Latente en el silencio del campo, viajaba la noche. El sol descendía ovillando hilos rojos. Algunas nubes, algodón de colores, flotaban en un cielo revolucionado. Una mujer conducía a ciegas, el camino se dibujaba hacia el ocaso. A la vera del sendero, los girasoles le daban la espalda. Ella necesitaba verlos brillar. Aunque iba retrasada, Graciela frenó y descendió del jeep. Su mirada se perdió entre los girasoles, que encandilados, eran un resplandor meciéndose como un mar amarillo. Un automóvil azul con vidrios polarizados pasó rodando a velocidad mínima.
Fugada del tiempo, ella pensó en esa planta exótica. Una aromática. Sucedió el día en que pidió turno para consultar al médico. Atravesó el zaguán buscando detalles de las centenarias pinturas de las paredes, hasta que vio a Marta carpiendo el jardín, su vincha fucsia resaltaba el brillo de sus cabellos azabache. Además de alquilarle un cuarto de la vieja casona, Marta, era secretaria del Dr. Plinio Rivadeneira. Mientras la dueña de casa se lavaba las manos en la bomba, Graciela descubrió el vegetal desconocido e inmediatamente tuvo una sensación extraña.
- ¿Qué planta es esa? –preguntó Graciela
- No lo sé, la trajo Rivadaneira, la usamos en sus experimentos, sus aceites esenciales dan brillo al cabello – respondió Marta, mientras anotaba el turno para el jueves.
- ¡Que linda es!, hasta mañana – saludó Graciela.
- Espera, te estaba por llamar por teléfono, ¿podrías pasar a máquina unos trabajos el doctor? La dueña de la casona, terminó la frase mientras le entregaba una carpeta celeste.
- ¿Para el jueves? Los manuscritos de los médicos suelen ser indescifrables – dudó Graciela, estudiando los rasgos de la letra.
Detenida en el camino, Graciela volvió a la realidad, miró la hora, verificó que los manuscritos y las transcripciones estuvieran en la carpeta celeste, se subió al jeep y continuó el viaje. Sobrepasó al auto azul. El sol se había escondido entre los techos del pueblo. Estacionó, y bajó apurada. Abrió la puerta del zaguán omitiendo admirar las pinturas. Su mirada quedó hipnotizada por la aromática. Las hojas verdes reventaban de apuro de los pecíolos rosados, formando un abanico vegetal de interminable encanto. Caminó lentamente, arrepentida de haber solicitado el turno con el doctor Plinio Rivadeneira. Lo había consultado antes, y como no le había recetado medicamentos, Graciela suponía una especie de incomprensión. Pero los dolores de espalda, cuello y hombros, eran insoportables. Su trabajo de periodista, y las extras pasando en limpio manuscritos, la obligaban a estar demasiado tiempo frente a la computadora. A eso, se agregaban su constante ansiedad y su desastrosa vida sentimental.
El médico no había llegado. En el corredor rojo esperaban los pacientes. Rosita miró su reloj pulsera, acercó y alejó la mano, buscando la distancia que le permitiera leer la hora. Elsa hojeaba una revista femenina, hasta que se detuvo en el artículo de ecología. Un niño con el brazo enyesado, jugaba con bichos cascarudos. El único hombre, con un llamativo suéter rojo, observaba desde el rincón de la pintura de las mariposas. Las paredes del corredor, también estaban adornadas con murales, aunque se notaban mas deteriorados que los del zaguán. Graciela le entregó la carpeta con el trabajo a Marta; y le pidió que marcaran los errores con birome roja. El hombre recorría el corredor mirando las pinturas. Marta entraba y salía de la cocina, con un halo de misterio. Sin que nadie se lo dijera, Graciela, se dio cuenta que había una secretaria nueva. Aunque estaba de espaldas, reconoció a Lorena, la chica que trabajaba en la panadería. En un principio, Graciela se imaginó que la inquietud de Marta se debía a su desplazamiento del puesto de secretaria. Más tarde, confirmó que se había equivocado de opinión. Marta le explicaba con detalle las planillas, como quien se quiere quitar la responsabilidad de una tarea. Con la misma ceremonia, Rosita volvió a mirar la hora. Lorena separó algunas fichas de la caja metálica.
El doctor llegó. Elsa fue la primera en entrar a la consulta. Marta se acercó a la periodista, y le consultó si le parecía bien que hiciera pasar a los pacientes por orden de llegada. Graciela estuvo de acuerdo, se sentía culpable por su tardanza. Después, Marta le comentó un hecho extraño, no encontraba sus recetas de cocina. Graciela la escuchó por compromiso, convencida que nadie se ocupa de robar esas cosas. Marta, afligida, le enumeró cada una de las recetas perdidas, y cuanto tiempo le había llevado la colección. Muchas las había copiado mientras las leían en la radio, otras eran legados familiares y algunas las había intercambiado con vecinas. Lo que más lamentó fue la pérdida de la receta del budín inglés, publicada treinta años antes como propaganda del Levarol.
Marta seguía inquieta, iba de la cocina al consultorio, y del consultorio a la cocina. Lorena llamó a la consulta a Rosita. Graciela decidió pedirle el gajo de la aromática a Marta. Lo había pensado una y otra vez, y había llegado el momento. Aprovechó que Marta estaba revolviendo una olla que desprendía vapores de mentas. Graciela no llegó a decir una palabra, apenas entró a la cocina, vio la cara de espanto de Marta y escuchó unos pasos de botas sobre el corredor. Graciela se dio vuelta para ver quien era, pero no lo conocía. Un hombre de gafas oscuras y pasos firmes avanzaba, desde la puerta abierta del zaguán asomaba el automóvil azul. Cuando Graciela volvió a mirar dentro de la cocina, Marta abría la portezuela de la estufa de leña, y metía la carpeta celeste. Después, hizo un ademán y le dijo murmurando suavemente – entretenelos, al hombre de rojo y al de anteojos oscuros- Graciela vio como el fuego atacó la carpeta celeste, los manuscritos del doctor Rivadeneira y las blancas hojas impresas que le habían consumido tantas horas de trabajo en la computadora; e intuyó que el problema era importante.
La periodista giró sobre sus talones y caminó apurada. En esos pocos instantes, una fuerza interior le dijo que tomara el fichero. Lorena, juntó las fichas médicas sueltas sobre el escritorio y las guardó sin orden. Graciela miró a Lorena, y le dijo –Vamos - .Lorena la siguió sin entender que pasaba. Desde lejos, pudieron ver a Marta que azuzaba el fuego para que no quedaran rastros del contenido de la carpeta celeste. Ya en la vereda, las dos mujeres fueron tomadas fuertemente de los brazos, y en un instante, se encontraron viajando a gran velocidad en el auto azul con vidrios polarizados. Cuando llegaron al lote de girasoles, el coche se detuvo. Graciela siguió con el fichero en su falda, hasta sentir la punta de un arma que hurgueteaba en sus costillas, inmediatamente, lo entregó. Lorena se perdía corriendo entre los girasoles, mientras los hombres iban pasando las fichas. Se enteraron que Ana padecía hipertensión arterial, Anselmo portaba colesterol, y en la ficha de Graciela se leía perfectamente: “diagnóstico: desequilibrio emocional”. Cuando llegaron a la ficha de Rosita se escuchó una frenada y un grito –Alto Policía – Esposaron a los desconocidos, y mientras los subían al móvil patrullero, Marta le comentó algo al oficial. El policía, buscó en la guantera del automóvil azul y regresó con un sobre. Marta no disimulaba su alegría, había recuperado sus recetas de cocina. Miró a Graciela y le dijo:
- El hombre del suéter rojo me las había robado, pensando que eran las fórmulas de doctor. Fue el día que sacó el turno. Cuando se dieron cuenta que no era lo que buscaban, decidió ir a la cita, para insistir en la búsqueda. Ahora estarán varios días a la sombra.
- Buscaban lo que yo pasé a máquina, por eso usted lo quemó – concluyó Graciela.
- Marta, ¿Usted lo quemó? ¿Los manuscritos también? – Increpó el doctor Rivadeneira.
- Sí doctor – contestó Marta
- ¡Marta! ¡Debo rehacer todo! Mañana pensaba sacar la patente, que es la única seguridad que tenemos para que no vuelvan a intentar robar las fórmulas – Rivadeneira parecía desesperado.
- No se preocupe, doc, le puede tomar “desequilibrio emocional”- Le dijo Graciela, mientras sacaba del bolsillo de su pantalón un disquete y se lo entregaba al médico. Después agregó – Solamente falta imprimir de nuevo y corregir los errores.
Se acomodaron en el auto y el médico encendió el motor. Apenas alumbraron el campo, vieron a Lorena que aparecía entre los girasoles. La joven asustada, subió al automóvil preguntando:
- ¿qué buscaban?
- La fórmula del brillo del pelo. En un momento sospeché que eras cómplice – Le respondió Marta.
- Me vendría bien que me la pasaran – dijo Lorena, tirando de un mechón de sus rubios y pajizos cabellos.
Aunque era medianoche, Plinio Rivadeneira recordó que no había terminado la consulta: - Llegamos y la atiendo, Graciela.
- No es necesario doctor, solamente voy a buscar el jeep, ya me siento mejor, mis contracturas musculares aflojaron. El doctor Rivadeneira estacionó su automóvil gris detrás del jeep.
- Por lo menos le pagaré el trabajo ¿Cuánto es? Dijo el médico, mientras ingresaban a la casa de Marta.
- Esta vez, y debido a las circunstancias, no será en dinero, hay algo que deseo mucho, mucho, un gajo de esa plantita – contestó Graciela, mirando la verde aromática.
- Preparo café –ofreció Marta, mientras retiraba un hijuelo con raíz de la planta.
- Yo gracias y hasta mañana – dijo Lorena. Acomodó el fichero recuperado y retiró su cartera del escritorio.
- Ha sido demasiado para un primer día de trabajo – observó Marta.
- Yo acepto – dijo Graciela, - estoy segura que tendré una noche de insomnio.
- ¿En una noche de insomnio se pueden repasar las fórmulas? – Preguntó Plinio Rivadeneira, mientras buscaba el disquete en el bolsillo de su guardapolvo.
- Si doctor, gracias a la nueva tecnología - respondió Graciela, mientras le cerraba un ojo a Marta.
Rivadeneira la miró sonriendo y le dijo:
- Yo también soy de capaz de hacer muchas cosas para conseguir lo que quiero...
La luna llena reinaba sobre la llanura. Los girasoles, desconcertados, esperaban el sol mirando al oeste. Un jeep y un auto gris jugaban entre el polvo del camino. La noche se desvaneció entre mates, papeles y la pantalla de la computadora.
Desperté muy cansada. El sueño parecía interminable. Me peiné frente al espejo, observando mi rostro soñoliento y mis cabellos opacos, cuando me interrumpió el timbre. Abrí la puerta, me encontré con Marta y el Doctor Plinio Rivadeneira. El médico llevaba en sus manos una carpeta celeste. – Pasen – pude insinuar sorprendida. Marta me presentó al nuevo médico del pueblo. Lo conocía de vista, pero por primera vez escuché la voz del doctor, mientras me comentaba de la urgencia de la transcripción de sus manuscritos para un congreso. Antes de irse, Marta me ofreció una maceta con la soñada aromática. – Gracielita, te traje la hierba que da brillo al cabello, esa que te gustaba tanto en mi jardín- me explicó en voz muy baja, y agregó – Como sabes, los médicos no creen en el poder de los yuyos. Mientras miraba como se alejaba el automóvil azul del Dr. Rivadeneira, quedé empalagada de luz con el brillo de los girasoles encandilados por el sol del mediodía No me animé a preguntar por Lorena, supuse que jamás habría dejado su puesto en la panadería. .
Ya estoy terminando de redactar las noticias para el diario. La carpeta celeste espera su turno, espero entender la letra del médico. Por mis ventanas, siempre abiertas, puedo ver la aromática que me saluda al mecerse con el viento. En este momento, un automóvil gris está pasando a velocidad reducida. Un escalofrío corre por mi espalda: me están vigilando.

DUDAS Y TURISMO



Cuento publicado en "EL ARCA DE LOS CUENTOS", selección de César Melis, Editorial Dunken.

A mi amigo Cristian Quintili
DUDAS Y TURISMO

Por Silvia Graciela Oliverio

La noche reinaba con corona de estrellas. Un maletero ordenaba bolsos en la plataforma de la terminal. En la algarabía de las despedidas, el pueblo interrumpió su mansedumbre de llanura. Los turistas subieron al ómnibus, y se durmieron inmediatamente. Un viaje de ochocientos kilómetros suele hacerse largo. El sol parpadeaba hilos plateados desde su escondite, hasta que logró subir. Apenas amaneció, los rayos anaranjados despertaron a “Tango-Angel”. Comenzó a pensar, aún soñoliento, una mezcla de fantasías y realidades. Se imaginaba el encuentro, que decir para que todo pareciera casual. Estudió las estrategias posibles, en caso que se diera la química, o no. Una alternativa podría ser, que a su llegada, ella fuera completamente indiferente, como si los mails, los llamados telefónicos y las largas horas de chat, hubieran sido con otra persona. Otra alternativa, que no se descartaba para nada, era que él llegaba, la chica estaba feliz y seductora, pero que a “Tango-Angel” no le llegaran sus encantos, y entonces pensaría, para que diablos hacer tantos kilómetros en vano.
A continuación analizó las alternativas más atrapantes. En todas esas variantes había buena química. Las miradas embobadas se entrecruzaban en cada mate. Un cartel de la ruta decía que le faltaban trescientos kilómetros para llegar. Ella lo estaría esperando, recién bañada, con el cabello mojado y con un perfume dulce. En unas tres horas estaría viviendo su sueño, se imaginó el brillo de sus ojos, como sería su piel. Su imaginación desprendía botones, sus labios se hundían en la suavidad de sus pechos, buscando la tibieza de sus pezones. Valía la pena el ahorro de dos años para ese viaje. Veintiocho meses pensando en ella. En ese amor virtual. Fotos intercambiadas. ¡Se escribían frases tan lindas!
Pero... existía una posibilidad peligrosa, ella preparaba la valija decidida a seguirlo. La imaginó en el colectivo de su regreso. Aún había una opción peor... Ella, insistiendo que él se quedara en el norte, y hasta le resolvía el tema de encontrarle un trabajo allí...
“Tango-Angel” comenzó a transpirar... La responsabilidad se le instaló en cada centímetro de la piel. Se convirtió en “Maldito-Tango”. Puso en la balanza todo lo que perdería con su nuevo amor, en especial, perder la adrenalina de buscar la mujer ideal... ¡Cuantas cosas perdería! : la libertad, la soledad, la noción del tiempo... Nunca más las salidas con los muchachos, los bares y pubs lo perderían como cliente, y hasta los yiros extrañados cuando lo vieran pasar de la vuelta del supermercado dirían: - pobre... terminó siendo un hombre común y corriente... -
Un niño empezó a llorar en el asiento contiguo. La madre le cambió los pañales y le dio la mamadera. Cuando terminó la leche, empezó a comer galletitas y desparramar migas por todos lados. “Maldito-Tango” ya se imaginó dos o tres niños como ese en su casa, mas los suegros, la mamá de él, los cuñados y las tías... Ya la mesa del domingo parecía la de los Campanelli, lo más trágico, era que él estaba en la cabecera. Por unos instantes, el paisaje lo cautivó. Desde sus treinta años de infinita llanura, las sierras se presentaban como gigantes de tierra y piedras. Se distrajo, con el impacto de ver por primera vez las ondulaciones verdes que recortaban el firmamento.
De repente volvió a las alternativas, faltaban cien kilómetros, en una hora debería poner una de ellas en práctica, ya tenía estudiadas a todas las posibilidades. Todas no, faltaba una. Meditó cuatro o cinco kilómetros más. Si, pensó, es la mejor.
En un paraje perdido entre los cerros, “Maldito-Tango” le pidió al chofer que le diera el bolso, y se bajó del ómnibus. Cuando yo iba llegando a ese lugar, lo vi caminando a contramano. Deambulaba con el bolso en la mano derecha y la campera en la mano izquierda, con la mirada perdida entre las nubes, que revoloteaban en un espejado cielo azul. Después, vi como llegó al bar de la estación de servicio, pidió una cerveza en el mostrador, e inmediatamente sus ojos se desviaron hacia una minita que se acomodaba el ruedo descosido de la minifalda. Mientras el hermoso tema "tango vertiginoso" sonaba en la radio.

LA SEQUIA



Cuento publicado en "Juntacuentos", selección de Beatriz Isoldi, Editorial Dunken.

A la memoria de Juanita, nuestra lechera

LA SEQUIA

Por Silvia Graciela Oliverio

El sol del mediodía rebotaba en manojos de luz, atravesando la polvareda de la sequía. Los camiones arrimados a los bretes, cargaban la hacienda. En la lejanía del campo se perdía un desierto de arena y grietas.
En su espera ansiosa, Ana tejía crochet. Había decidido no cocinar, cuando en la mañana temprano vio a Eduan preparar el revolver y guardarlo en la bota. No era solamente porque su marido cargara balas, sino porque estaba convencida que las usaría.
Eduan cabalgó en el arreo sobre el juncal seco, donde supo lucirse una inmensa laguna. El único indicio de humedad que encontró, fueron ocho lágrimas propias que se evaporaron sin lograr caer de su rostro cansado. Cuando llegó a los corrales, se apeó del caballo negro y verificó que su revolver aún estuviera en la bota izquierda. En ese momento cerró los ojos, mientras escuchaba los mugidos, tuvo una visión de campos verdes y vacas pastando tranquilamente. También imaginó un trigal que flotaba oro a la suave brisa. Cuando volvió su mirada a la realidad, un cielo muy azul brillaba suspendido sobre la tierra reseca.
Cargaron los toros comprados en la exposición rural, las vacas pampas preñadas y los novillos.
- ¿Las vacas con cría y las lecheras también? – Preguntó Polo Maidana, un criollo que hacía demasiados años que trabajaba con él, como para no conocerlo.
_ Todo, se llevan todo, mi hacienda no morirá de hambre y sed – dijo Eduan. Maidana y dos peones, salieron al galope a buscar los últimos animales. Un camión hizo rugir su motor y se fue, otro arrimó al cargador. Las vacas con sus crías fueron desfilando por los corrales rumbo a la manga. Una lechera, la más mansa, llamada Juanita por los nietos el mismo día que nació, comenzó a seguir a Eduan por el corral, era lógico le pedía su ración diaria antes de ordeñarla. El ternero no se despegaba de sus patas, temeroso entre tanta confusión.
Ana contando varetas recordó el pico de hipertensión arterial que Eduan había tenido el día anterior, y las palabras del médico:
- Nada de sal - dijo mientras escribía en el recetario
- No estoy enfermo, doctor, comeré lo que quiera – respondió Eduan.
- Pues entonces, morirá o quedará en silla de ruedas – acotó el médico con el rostro inexpresivo.
- Moriré, pero no por comer sal – contestó Eduan.
El médico guardó el tensiómetro en la valija, miró a Ana contando con la secreta complicidad que no usaría sal y se fue. Sin embargo, Ana, llevada por una trágica intuición no tenía la menor idea de cocinar ese día, ni con sal ni sin sal.
Eduan apoyó sus codos en la tranquera, entrelazó sus manos rústicas, y su mirada se perdió en el lomo de la vaca lechera que le resoplaba en la cara.

- Salí Juanita, no molestes – le dijo, mientras inesperadamente detectó en el horizonte una nube negra y gorda. Siguió con la mirada en la nube, que lo hipnotizó, mientras flotaba intercambiando copos de algodón. Por un instante, a Eduan le pareció que tenía forma de esperanza, después pensó en tantas tormentas que habían errado sin dejar una sola gota de agua.
- ¿Juanita también patrón? – Insistió Polo Maidana.
Ana escuchó pasar el último camión, los peones que se despedían y siguió tejiendo crochet. Después sintió el tiro. Dejó el tejido sobre la mesa y salió de la cocina. Antes de cruzar el alero, el segundo y el tercer tiro la sobresaltaron más que el primero, no los esperaba. El corazón le latía tan fuerte que no escuchó cuando Eduan vació el cargador a los pies del ombú.
La mujer miró a Eduan, que le dijo:
- las balas que se destinan para un fin, no se usan para otro – Como ella no supo que contestar, él agregó:
- Mira esas nubes...
Durante toda esa tarde, a Ana le siguieron temblando las piernas, tanto, que ni siquiera atinó a mover una cacerola. Mientras caían las primeras gotas de lluvia, Eduan picó sobre una tabla de madera un chorizo seco y queso salado. Con algunas interferencias a causa de la tormenta, en la radio se llegó a escuchar: “Luego de ocho meses de sequía, está lloviendo en la Pampa”.
Juanita se comió la única planta de salvia que quedaba en el patio. El periódico local, publicó a disgusto un aviso necrológico en blanco, porque alguien insistió en pagarlo.

Luces Verdes



Cuento publicado en Relatos Andantes, selección de César Melis, Editorial Dunken.

LUCES VERDES
por Silvia Graciela Oliverio

Ella esperaba, en un ir y venir de miradas a través de la ventana. Él aprisionaba el pie en el acelerador, compitiendo contra el viento que desparramaba con furia la tierra polvorienta de la sequía.
Ella, en su espera, escuchaba música clásica, que se esparcía por los rincones de la casa ascendiendo entre los vapores de un té de hierbas enfriándose lentamente en una taza. Él, mientras aceleraba, se distraía en la sorpresa de la próxima canción de la radio, elegida al azar por el operador de la madrugada, mientras sus ojos verdes se reflejaban en el espejo retrovisor.
Ella hojeaba un libro de poemas sin conseguir concentrarse, en el preciso momento en que empezó a llover. Él percibió en una visión instantánea exactamente lo que ella estaba haciendo en ese minuto. La había visto tantas veces en la misma actitud: levantándose de la silla en el primer destello de los rayos y esperando que llegue el sonido del trueno un suspiro después, rodeándose la panza gigante con sus dos manos, intentando calmar el movimiento interior. Ella sonrió, porque sabía que él estaba imaginando la escena, y levantó su blusa para observar su ombligo que parecía explotar. Él siguió manejando en medio del chaparrón, hipnotizado por el limpiaparabrisas.
Ella pensó que era conveniente preparar otro té, mientras leía por cuarta vez el teléfono de emergencias médicas. Él presintió que no llegaría a tiempo cuando el automóvil se le escapó de la ruta y encaró los pastos y el barro de la cuneta. En su última mirada se desprendió una luz verde.
La monotonía del sonido de la lluvia se fue apagando poco a poco, mientras el silencio y la calma parecían reinar en el campo.
Cuando las nubes se retiraron volando sueños hacia otros lugares, recién amanecía, pero ya era tarde... demasiado tarde. El sol logró despegarse del horizonte y fue subiendo perezoso. Un inmenso cielo verde se desplegó ante los ojos de mujer asombrada y comprendió que no tenía que esperar más. La luz verde la persiguió en su día de parto, y en todos los días que siguieron de su larga vida.

Premio, "Centenario del Partido de General Viamonte"

Mas cartitas relacionadas con la literatura, ésta es para comunicar que la entrega de premios del Sexto certamen literario provincial 2008 Premio "Centenario del Partido de General Viamonte", se realizará el día sábado 30 de agosto de 2008, a las 21 horas en el salón de actos de la Escuela Técnica N* 1, Avenida San Martín y Newbery de Los Toldos.
Dicho certamen fue organizado por Marta Patti y auspiciado por la Secretaría de Políticas Culturales, Educación y Relaciones Institucionales de la Municipalidad de General Viamonte, titularidad que ejerce la profesora Viviana Guzzo.
Allí estaremos, Norma, mi colega de letras en Zavalía, y yo, para recibir nuestros premios.

Preparativos de Feria del libro

Están viento en popa los preparativos para la I FERIA DEL LIBRO "Los cien de General Viamonte", se desarrollará los días viernes 29 y sábado 30 de agosto en el Centro Cívico y Cultural de Los Toldos.
La propuesta es para:
  • Conocer y difundir materiales producidos y experiencias vividas por personas del distrito: alumnos, docentes, vecinos, miembros de todas las instituciones, por autores presentes y pasados, cercanos y lejanos.
  • Revalorizar cada producción desde la socialización de las mismas, la apertura al diálogo, la flexibilización ante la emisión de diversos criterios, la aceptación de elogios y críticas.

Ya recibí la carta para participar, gracias por la invitación. Alli estaremos. Me gustó el lema elegido para la feria:"Uno no es lo que es, por lo que escribe; sino por lo que lee" . Jorge Luis Borges.

Combinando letras

Poco recuerdo de solfeos, con sus corcheas, fusas y semifusas... De mi frustrada carrera en la música, lo que quedó en mi memoria fue una definición que decía: " Es el arte de combinar los sonidos"... Un día me di cuenta, que mi vocación no empezaba con una clave de sol, sino con una hoja en blanco en la cual dibujando y combinando las letras podía crear un cuento, una poesía o lo que se me ocurriera en el momento. El tiempo fue pasando, y aprendí a usar la máquina de escribir, y después el teclado de la computadora... Pero la hoja en blanco, siempre está en todos lados, tentadora, invitándonos para combinar las letras...